Facial Dentis

Facial dentis


Navegar hacia horizontes que enamoran los sentidos

El día que decidí lanzarme a la aventura del alquiler velero en las Rías Baixas, no imaginé cuánto me iba a enganchar el aroma salado del Atlántico y el vaivén de las olas contra el casco. Fue como si el mar me susurrara al oído que había llegado a casa, a un lugar donde el tiempo se detiene y los sentidos se despiertan con cada ráfaga de viento. Las Rías Baixas, con sus aguas tranquilas y sus paisajes que parecen pintados a mano, son un paraíso para cualquiera que, como yo, sienta que el océano tiene algo que contar. Planificar la travesía no fue tan complicado como pensaba, aunque al principio me abrumó un poco la idea de elegir rutas, calcular distancias y coordinar con la empresa de alquiler; sin embargo, bastó una llamada para que todo empezara a tomar forma, como si el propio mar me guiara.

Lo primero que hice fue sentarme con un mapa y un café, imaginándome las posibilidades que ofrecía el alquiler velero en las Rías Baixas. Quería una experiencia que mezclara la calma de fondear en calas escondidas con la emoción de navegar entre islas que parecen sacadas de un sueño. Las empresas locales, como Sailway o Gallery Yachts, me dieron opciones que iban desde veleros pequeños y manejables hasta barcos más grandes con patrón incluido, algo que agradecí porque, aunque me gusta el timón, no soy ningún experto marinero. Me explicaron que necesitaba reservar con antelación, sobre todo en verano, y que debía tener en cuenta las mareas y el parte meteorológico, porque en Galicia el tiempo tiene carácter propio y puede cambiar de soleado a brumoso en un abrir y cerrar de ojos. Al final, opté por un velero de 10 metros, con cocina y camarotes, porque quería dormir arrullado por el sonido del agua y despertarme con el sol tiñendo el horizonte de dorado.

Las rutas que elegí fueron como un viaje a través de postales vivas, cada una con su personalidad y sus secretos. Me lancé primero hacia la Ría de Vigo, donde la Isla de San Simón me recibió con su historia de corsarios y su silencio inquietante; luego, viré hacia las Cíes, esas joyas del Parque Nacional das Illas Atlánticas que te cortan la respiración con playas como la de Rodas, tan perfecta que parece irreal. Pero mi momento favorito fue cuando, tras un rato de navegación tranquila, encontré una cala escondida cerca de Cabo Home, con aguas tan cristalinas que veía los peces nadando bajo el barco mientras echaba el ancla. Allí, con el sol cayendo y una copa de albariño en la mano, entendí por qué estas aguas enganchan tanto: no es solo el paisaje, es la sensación de libertad absoluta que te envuelve cuando el mundo se reduce a ti, el velero y el mar.

Las empresas de alquiler no se limitan a darte las llaves y desearte suerte; muchas ofrecen servicios que hacen que la experiencia sea aún más especial. En mi caso, la empresa incluyó combustible, un briefing detallado sobre el barco y hasta un mapa con recomendaciones de fondeo, algo que me salvó de encallar en un par de sitios traicioneros. Algunas incluso te dan la opción de contratar catering a bordo o equipos de snorkel, porque bucear en esas calas es como meterte en un acuario natural. Mi patrón, un gallego curtido con más historias que millas navegadas, me enseñó a leer el viento y a ajustar las velas, y aunque al principio me sentía como un aprendiz torpe, acabé manejando el timón con una sonrisa que no me cabía en la cara.

Cada día en el velero era una sorpresa, desde el amanecer en la Ría de Pontevedra, con la silueta de Ons recortada contra el cielo, hasta las tardes perezosas fondeado en la playa de Barra, donde el agua parecía una piscina infinita. Las Rías Baixas tienen esa magia de mezclar lo salvaje con lo acogedor, y navegarlas es como adentrarte en un cuadro que no para de cambiar. Alquilar un velero aquí no es solo un plan, es un regalo para el alma que te deja con ganas de volver antes incluso de haber amarrado en el puerto.