Facial Dentis

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Entre el olor a aceite y el aroma a mar: mis días en un taller de Cambados

Hay algo especial en el sonido de las mañanas en Cambados. No me refiero solo al murmullo de las olas o al grito de las gaviotas, que también, sino al primer rugido de un motor al arrancar en el taller. Para mí, ese es el verdadero despertador, la señal de que comienza otro día de trabajo entre coches, herramientas y el olor inconfundible a aceite y metal que se ha convertido en la banda sonora de mi vida.

Trabajar en un taller de automóviles Cambados es muy diferente a hacerlo en una gran ciudad. No somos anónimos. Cada cliente que cruza la puerta no es solo un número de factura; es un vecino, el dueño del bar de la esquina, un marinero que necesita su furgoneta a punto para ir al puerto antes del amanecer o una viticultora que depende de su todoterreno para cuidar las viñas. Conozco sus coches casi tan bien como a ellos mismos, sé sus manías al volante y las batallas que ha librado cada motor en las carreteras de la comarca.

Aquí, el trabajo es una mezcla de tradición y tecnología. Igual te encuentras lidiando con la electrónica compleja de un coche nuevo que con el motor de un tractor que ha visto más vendimias que yo. La confianza es la herramienta más importante. La gente no solo te trae su vehículo, te confía su medio de vida, su seguridad. Y esa responsabilidad se siente en cada tuerca que aprietas y en cada diagnóstico que haces.

Lo mejor de todo es la pausa del mediodía. Salir del taller, con las manos todavía oliendo a grasa, y poder caminar hasta el paseo marítimo en cinco minutos. Comer el bocadillo mirando a la ría, sintiendo la brisa que viene de A Illa de Arousa… eso no se paga con dinero. Es un reseteo, un momento que te recuerda dónde estás y por qué este rincón del mundo es diferente.

Al final del día, cuando el silencio vuelve a apoderarse del taller y cierro el portalón metálico, siento una satisfacción que va más allá de haber reparado unas cuantas averías. Es la sensación de ser útil, de formar parte del engranaje que mueve a tu propia gente. Y mañana, cuando el primer motor vuelva a sonar, sabré que estoy exactamente donde tengo que estar.